La ternura no se limita a uno mismo; también se expresa en nuestras interacciones con otros seres. Es la capacidad de conectar con otra persona, con un animal o incluso con una planta, desde un lugar de cuidado y presencia. En cada gesto de ternura hacia otro ser, nos reafirmamos en nuestra humanidad y en nuestro deseo innato de cuidar y ser cuidados.
Cuando observamos a un niño pequeño abrazar a otro sin motivo, o a un animal rescatando a otro de una especie diferente, nos encontramos frente a la expresión más pura de la ternura interpersonal. Es en esos momentos donde comprendemos que el instinto de cuidar y ser cuidados está impreso en nosotros. Sin embargo, a medida que crecemos, parecemos olvidar esta verdad, nos encerramos en nuestra propia lucha, construimos murallas y llamamos a ese aislamiento "madurez" o "resiliencia".
La ternura hacia otros seres nos permite reconocer la vulnerabilidad que compartimos con ellos. Es el simple acto de ofrecer nuestra presencia a un ser que lo necesita, de cuidar una planta como símbolo de vida, o de mirar a los ojos a un animal y sentir su conexión con nosotros. Estos gestos nos recuerdan que la ternura trasciende el egoísmo y nos acerca al bienestar común, que es tan necesario como el bienestar propio. Ser tiernos hacia otros es reconocer que todos compartimos las mismas heridas, las mismas necesidades de conexión, y que, al ofrecer ternura, también la recibimos.
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